Shechtman descubrió en 1982, durante un año que pasó investigando en Estados Unidos, un tipo de cristal en el cual los átomos se situaban adoptando una configuración regular que no se repetía, algo que hasta entonces se consideraba imposible. Denominó cuasicristales a este tipo de estructuras.
Pues bien, Shechtman observó al microscopio electrónico unas estructuras que no cumplían esta regla, considerada hasta hoy como una ley natural plenamente establecida. Esos cristales formaban un patrón que no se podía repetir, por lo que teóricamente resultaba imposible.
Hasta tal punto estaba arraigada la concepción sobre la estructura de los cristales, que Shechtman fue despedido del grupo de investigación estadounidense en el que trabajaba durante ese año, al negarse a admitir que estaba en un error, ya que afirmaba que sus datos eran sólidos y fiables.
Sin embargo, en años posteriores, otros científicos interesados en el descubrimiento lograron producir cuasicristales en el laboratorio, e incluso han llegado a descubrir algunos en muestras de minerales naturales, por lo que su existencia ha quedado confirmada.
De nuevo un descubrimiento revolucionario fue rechazado por la incredulidad de otros científicos y por esa tendencia, tan humana, a pensar que la ciencia es inamovible en algunos aspectos y que existen leyes que no pueden ser desafiadas. Esto ha ocurrido a lo largo de toda la historia, desde Galileo hasta Einstein... e incluso hace poco, cuando ha sido puestas en duda algunas de las bases de la teoría de la relatividad.
En cuanto a las posibles aplicaciones prácticas de estos nuevos materiales, ya se empiezan a proponer algunas, pues se trata de sustancias muy duras y resistentes, además de malos conductores de la electricidad y seguramente se utilizarán para fabricar recubrimientos especiales, además de las nuevas ideas que surgirán para aprovechar estas características tan interesantes.
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